sábado, 28 de marzo de 2015

Jesús sana a un muchacho endemoniado Marcos 9:14-29

14 Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos.15 Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron.16 El les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos?17 Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo,18 el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron.19 Y respondiendo él, les dijo: !!Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo.20 Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos.21 Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño.22 Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos.23 Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.24 E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.25 Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él.26 Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió; y él quedó como muerto, de modo que muchos decían: Está muerto.27 Pero Jesús, tomándole de la mano, le enderezó; y se levantó.28 Cuando él entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte: ¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera?29 Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno.

¿Cree que dudar es malo?
La duda es una actitud intelectual que hace que la persona precise de más información o una mejor comprensión que la que actualmente tiene. En muchas ocasiones la fe es puesta bajo acoso y se producen dudas y crisis con respecto a la validez, racionalidad y sentido de la misma. Aunque es muy probable que la duda nos afecte a todos, no siempre la expresamos abiertamente porque tal vez tengamos la tendencia a pensar que somos los únicos débiles en la fe en medio de una comunidad de creyentes que pueda cuestionarnos por el simple hecho de no tener las cosas claras. Una duda no resuelta puede en el peor de los casos conducir a una crisis de fe, podemos correr el riesgo de sentirnos marginados espiritualmente o peor aún, caer en la una creencia de que el Evangelio no es realmente compatible con una mente racional, con una formación intelectual, y por ello sentirnos marginados espirtualmente.

Uno puede tener una fe saludable y vigorosa y aún así tener dudas. De hecho,“Si no me interesara seguir a Cristo, no me importaría demasiado ser sincero, buscar la verdad, enfrentar la realidad” (MacLaren). La semana pasada en el culto vespertino considerábamos el salmo 74 una serie de cuestionamientos muy sinceros y hasta desafiantes sobre, la prosperidad de los impíos y el sufrimiento de los justos. No tendría sentido cuestionarle estas cosas a Dios si no creyéramos en Él. La duda debe de ser respetada, valorada y aceptada.
Es una realidad que a diferencia del padre del muchacho poseído del relato de Marcos, muchos tememos expresar abiertamente nuestras dudas.

La duda no debe ser confundida con la incredulidad, que es una negativa a creer. En la Biblia, lo opuesto de la fe no es la duda, sino la incredulidad. Hay una gran diferencia entre duda e incredulidad. La palabra “incredulidad” se refiere a la decisión consciente y deliberada de rehusarse a creer y obedecer a Dios. Quien es incrédulo está claramente decidido. Por su parte, la palabra “duda” implica ambigüedad. Dudar significa vacilar. Implica indecisión, “creer y descreer a la vez”. Quien duda tiene, por definición, algo de fe.

Entonces la duda, ¿es buena o es mala?

Puede ser buena o mala, dependiendo de su causa y sobre todo de lo que hagamos con ella. En este sentido, la duda se parece a otras experiencias humanas, que pueden ser saludables o destructivas.
La duda puede funcionar como una bendición que nos permite avanzar en el camino de la fe.

La fe es un don de Dios, por el cual le podemos creer para que realice obras portentosas en su mundo. La cosa es que la fe es un regalo de Dios. Nadie la puede producir, nadie la puede comprar, nadie la puede vender. La fe es un regalo de Dios. En ocasiones escuchamos decir “tenga fe que su hijo será sanado” “tenga fe que recibirá trabajo”, como si la fe fuera algo que el hombre puede producir. Incluso se enfatiza que la fe simplemente es algo que se crea por medio de la confesión de palabras al repetir continuamente lo mismo. Pero la fe en el NT es una confianza total en Dios, sus promesas y su Pacto.

Nadie tiene la obligación de confiar en Dios, puesto que hacerlo supone una elección personal, por eso  hay quienes  sintiéndose poderosos en su rebeldía amos y señores de su autonomía y autosuficiencia, prefieren confiar en si mismos. Confianza tiene que ver con fe y con esperanza firme, esta es  la razón por la que nos volvemos a Dios, en  dependencia absoluta en él, porque quien confía en la fidelidad de Dios, descansa en la esperanza que él ofrece.  El libro de los reyes nos habla de Ezequías diciendo que “ni después, ni antes hubo otro como él entre todos los reyes de Judá” porque puso su confianza y esperanza en Dios, a pesar de encontrarse “como un pájaro enjaulado en Jerusalén” durante la invasión de Senaquerib a Judá. Confiar tiene que ver con entregarse, con sentir en lo íntimo de nuestro ser que Dios nos puede sostener, en todos los momentos de la vida, en los agudos problemas de nuestras familias. En medio de circunstancias externas e internas, que no nos son ajenas, y que afectan hoy en día nuestros hogares, como creyentes no cabe la expresión popular que dice que hay que confiar ciegamente,  porque aunque somos bienaventurados por creer sin haber visto, sabemos en quien hemos creído. Confianza es seguridad. Para algunos es desafío, para otros miedo y para otros es posibilidad. Por ello hoy cabe preguntarnos ¿En quien confiamos?
El hombre duda y no puede realizar nada sin la gracia y voluntad de Dios. Jesús salva y sana pero solo por su poder.  Pedro dudo cuando camino en el agua, los discípulos fueron reprendidos por su incredulidad, en esta historia el hombre que clamo a Jesús, “creo, ayuda mi incredulidad”

Tanto es nuestro humanismo en nuestros pulpitos que todo el énfasis se pone en el hombre. Lo que es imposible para el hombre para Dios es posible. Los milagros fueron sanidades recibidas por hombres y mujeres incrédulas por naturaleza, pero creyentes por el poder de Dios, solamente por la gracia.

En este contexto podemos decir que verdaderamente todo lo pone Dios, y lo único que necesitamos hacer es creerle. El apóstol Pedro nos dice que Dios “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegásemos a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”(2 Pe 1.3 y 4). De modo que la promesa es una parte esencial del plan de Dios. ¿Usted apostaría su futuro en base a una promesa? Una promesa posee extraordinarios poderes para motivar, porque pone delante de nosotros una esperanza que nos anima el corazón y alimenta nuestra imaginación acerca de cosas futuras. Cuando la recibimos tendemos a atesorarla en nuestro interior, creyendo contra viento y marea en el cumplimiento de aquello que se ha anunciado por adelantado. Una promesa, sin embargo, no tiene poder alguno al menos que escojamos creerla.

He aquí nuestro problema. La vida espiritual que Dios nos propone requiere, como elemento indispensable para su desarrollo, que creamos las promesas que él nos da.

Creamos en el poder de Dios y su palabra y que él nos ayude en nuestra incredulidad.

Ramón Cervantes Parra.

lunes, 16 de marzo de 2015

Mira al pacto.

Porque los lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia.
La argumentación es lucha: los argumentos son los apretones, los amagos, las agonías y los forcejeos con los que retenemos y vencemos al ángel de pacto. El humilde enunciado de nuestras necesidades no es algo sin valor, pero ser capaz de dar razones y argumentos del por qué Dios debe oírnos, es ofrecer una oración potente y prevaleciente
Entre todos los argumentos que pueden ser usados en la argumentación con Dios, tal vez no haya otro más fuerte que este: "Mira al pacto". Si contamos con la palabra de Dios para una cosa, podemos muy bien orar: "Haz como has dicho, pues así como un hombre bueno sólo necesita que se le recuerde su propia palabra para que sea inducido a guardarla, lo mismo sucede con nuestro Dios fiel; Él únicamente necesita que le hagamos recordar estas cosas, para que las haga para nosotros." Si Él nos ha dado algo más que Su palabra, es decir, si nos ha dado Su pacto, Su solemne convenio, entonces podemos clamar a Él con la mayor presencia de espíritu: "Mira al pacto", y, luego, podemos esperar y aguardar con tranquilidad Su Salvación. 
No necesito decirles, -pues confío que estén bien cimentados en esta materia- que el pacto del que se habla aquí, es el pacto de gracia.
Hablaremos del texto de esta manera: ¿Qué significa el argumento que tenemos ante nosotros: "Mira al pacto"? Luego reflexionaremos un poco acerca de dónde proviene su fuerza; en tercer lugar, consideraremos cómo y cuándo podemos argumentarlo; y concluiremos notando cuáles son las inferencias prácticas de ello.
Quiere decir, además, "Cumple todas las promesas de Tu pacto", pues, en verdad, todas las promesas están ahora en el pacto. Todas ellas son Sí y Amén en Cristo Jesús, para la gloria de Dios, por medio de nosotros; y puedo decir sin apartarme de las Escrituras, que el pacto contiene en su sagrada carta constitucional, cada palabra de gracia que ha venido del Altísimo, ya sea por la boca de profetas o de apóstoles, o por los labios del propio Jesucristo. El significado en este caso sería: "Señor, guarda Tus promesas relativas a Tu pueblo. Estamos necesitados: cumple ahora, oh Señor, Tu promesa para que no nos falte ninguna cosa buena. Aquí está otra de Tus promesas: 'Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo'. Estamos en medio de ríos de problemas. Te pedimos que estés con nosotros ahora. Redime Tus promesas hechas a Tus siervos. No permitas que se queden en los libros como letras que se burlan de nosotros, sino demuestra que querías decir lo que en efecto escribiste y dijiste, y permítenos ver que Tú tienes el poder y la voluntad para hacer que cada jota y cada tilde de todo lo que has hablado, sean cumplidas. Pues ¿no has dicho: 'El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán'? Oh, entonces te rogamos que mires a las promesas de Tu pacto." 
En el contexto de nuestro texto, no hay duda de que el suplicante quería decir: "Oh Señor, no permitas que nada desvíe Tus promesas." La iglesia se encontraba entonces en un estado muy terrible. El templo había sido incendiado, y la asamblea fue quebrantada, la adoración a Dios había cesado, y los emblemas idólatras estaban incluso en el lugar santo, donde una vez brilló la gloria de Dios. El argumento es: "Oh Señor, no permitas que yo soporte tal tentación que caiga. No permitas que me sobrevenga tal aflicción que sea destruido; pues, ¿no has prometido que no nos asediará ninguna tentación sino aquella que podamos soportar, y que con la tentación habrá juntamente una salida? Mira ahora a Tu pacto, y ordena a Tu providencia de tal manera que no nos suceda nada contrario a ese acuerdo divino." 
Y quiere decir también: "Ordena todo alrededor nuestro de tal manera que el pacto sea cumplido. ¿Está abatida Tu iglesia? Levanta nuevamente hombres en su medio que prediquen el Evangelio con poder, para que sean el instrumento de su elevación. Creador de los hombres, Señor de corazones humanos, haz esto, y haz que Tu pacto que hiciste con Tu iglesia, de que nunca la abandonarás, sea cumplido. Los reyes de la tierra están en Tu mano. Todos los eventos están controlados por Ti. Tú ordenas todas las cosas, desde las ínfimas hasta las inmensas. Nada, por pequeño que sea, es demasiado pequeño para Tu propósito: nada, por grande que sea, es demasiado grande para Tu gobierno. Te pido que administres todo de tal manera que, al final, cada promesa de Tu pacto sea cumplida para todo Tu pueblo elegido."
Yo pienso que ese es el significado del argumento: "Mira al pacto": Guárdalo y vé que sea guardado. Cumple la promesa, e impide que Tus enemigos hagan daño a Tus hijos. Es, en verdad, un precioso argumento. 
II. Y ahora veamos DE DÓNDE PROVIENE SU FUERZA. "Mira el pacto". 
Su fuerza proviene, primero, de la veracidad de Dios. Si fuese un pacto que es la hechura de un hombre, nosotros esperaríamos que el hombre lo guarde; y el hombre que no guarda su pacto no goza de estima entre sus semejantes. Si un hombre ha dado su palabra, esa palabra es su obligación. Y si eso es firmado y sellado, entonces se convierte en algo más obligatorio, y el que no cumple con un pacto, es considerado como que ha perdido su carácter entre los hombres.
Entonces, cuando venimos delante de Dios en oración, pidiendo una misericordia del pacto, contamos con Su veracidad que nos apoya. "Oh Dios, Tú debes hacer esto. Tú eres soberano: Tú puedes hacer lo que quieras, pero Tú te has obligado con ataduras que detienen Tu majestad; Tú lo has dicho, y no es posible que te arrepientas de Tu propia palabra." Cuán grande ha de ser nuestra fe cuando contamos con la verdad de Dios para apoyarnos en ella. Cómo deshonramos a nuestro Dios con nuestra débil fe, pues es virtualmente una sospecha de la fidelidad de nuestro Dios del pacto. 
Ahora, si el pacto de Dios pudiera ser tomado a la ligera, y si pudiera demostrarse que Él no ha guardado la promesa que hizo a Sus criaturas, no sólo sería algo terrible para nosotros, sino que acarrearía una lastimosa deshonra sobre Su nombre; y eso no sucederá nunca. Dios es demasiado puro y santo, y Él es también demasiado honorable para retractarse alguna vez de la palabra que hubiere dado a Sus siervos.
La siguiente reflexión que debería fortalecernos grandemente es: el venerable carácter del pacto. Este pacto no fue una transacción de ayer: este pacto fue realizado antes de que la tierra existiera. No podemos hablar de primero y de último con Dios, pero hablando a la manera de los hombres, el pacto de gracia es el primer pensamiento de Dios. Aunque nosotros usualmente ponemos el pacto de obras como revelado primero en orden de tiempo, sin embargo, de hecho, el pacto de gracia es el más antiguo de los dos. 

El pueblo de Dios no fue escogido ayer, sino desde antes de que existieran los cimientos del mundo; y el Cordero que fue inmolado para ratificar ese pacto, aunque fue inmolado hace mil ochocientos años, fue inmolado en el propósito divino desde antes de la fundación del mundo. Es un pacto muy antiguo: no hay nada tan antiguo. Dios tiene en gran estima ese pacto. No se trata de uno de esos pensamientos ligeros; no es uno de esos pensamientos que lo condujeron a crear el rocío de la mañana que se disuelve antes de que el día hubiere corrido su curso, o a formar las nubes que reflejan al sol poniente con gloria, pero que pronto pierden su esplendor; sino que, este pacto de gracia, es uno de Sus grandiosos pensamientos, sí, es Su eterno pensamiento, el pensamiento proveniente de lo más íntimo de Su alma. 
"He aquí Tu pacto, oh Dios, que Tú ordenaste desde tiempos antiguos por Tu propia y espontánea voluntad soberana, un pacto en el que Tu propio corazón es puesto al desnudo. Y Tu amor, que es Tu mismo ser, es manifestado. Oh Dios, mira al pacto, y haz conforme has dicho, y cumple Tu promesa a Tu pueblo. 
Y esto no es todo. No es sino sólo el comienzo. No tendría tiempo en un sermón de mostrarles todas las razones que dan fuerza al argumento; pero aquí tenemos una. El pacto contiene un solemne endoso. La propia palabra que creó el universo es la palabra que habló el pacto. Pero, como si eso no bastara, viendo que somos incrédulos, Dios le ha agregado un juramento, y debido a que Él no puede jurar por otro mayor, ha jurado por sí mismo. Sería una blasfemia soñar que el Eterno pudiera ser un perjuro, y Él ha incorporado Su juramento a Su pacto, para que, por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, conceda un fortísimo consuelo a los herederos de la gracia.
Pero, además, ese venerable pacto, así confirmado mediante un juramento, fue sellado con sangre. Jesús murió para ratificarlo. La sangre de Su corazón roció esa Carta Magna de gracia de Dios para Su pueblo. Ahora es un pacto que Dios, el justo, debe guardar. Jesús ha cumplido nuestro lado del pacto: ha ejecutado al pie de la letra todas las exigencias de Dios para con el hombre. Nuestra Fianza y nuestro Sustituto ha guardado la ley y a la vez ha sufrido todo lo que debía sufrir Su pueblo, debido al quebrantamiento de esa ley; y, ahora, ¿acaso no será veraz el Señor, y el Padre eterno no será fiel a Su propio Hijo? ¿Cómo podría rehusarle a Su hijo el gozo que puso delante de Él y la recompensa que le prometió? "Verá linaje: Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho." 
Alma mía, la fidelidad de Dios para Su pacto, no es tanto un asunto entre tú y Dios, como entre Cristo y Dios, pues ahora es así: Cristo como su representante presenta Su derecho delante del trono de la infinita justicia para la salvación de cada alma por la que derramó Su sangre, y Él debe recibir lo que ha comprado. ¡Oh, qué confianza hay aquí! Los derechos del Hijo, mezclados con el amor y la veracidad del Padre, hacen que el pacto sea ordenado en todas Además, recuerden que hasta ahora, -y no los detendré más tiempo con esto- nada del pacto ha fallado jamás. El Señor ha sido probado por millones de millones de Su pueblo, que se han encontrado en graves emergencias y en serias dificultades; pero nunca ha sido reportado en las puertas de Sion que la promesa se convirtiera en nada, ni tampoco nadie ha dicho que el pacto sea nulo y vacío. Pregúntenles a aquellos que les precedieron y que atravesaron aguas más profundas que ustedes. Pregúntenles a los mártires que ofrendaron sus vidas por su Señor, "¿Estuvo con ellos hasta el fin?" Las plácidas sonrisas en sus rostros, mientras soportaban la muerte más dolorosa, fueron testimonios evidentes de que Dios es veraz. Sus cánticos de gozo, sus aplausos en medio del fuego, e incluso su exultación en el potro de tormento o mientras se pudrían en un horrible calabozo, todas estas cosas han demostrado cuán fiel ha sido el Señor. las cosas y guardado
Menciono estas cosas ahora, no simplemente para refrescar su memoria, sino para reafirmar su fe en Dios. Él ha sido veraz tantas veces y no ha sido falso nunca, y, ¿experimentaremos ahora alguna dificultad en confiar en Su pacto? No, por todos estos años en los que la fidelidad de Dios ha sido puesta a prueba, y nunca ha fallado, hemos de confiar que Él tendrá consideración de nosotros, y hemos de orar valerosamente: "Mira al pacto." Pues, fíjense bien, como ha sido en el principio, es ahora, y será para siempre, por los siglos de los siglos. Será para el último santo como fue para el primero. El testimonio del último soldado del ejército será: "No ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios ha dicho de vosotros."
Sólo una reflexión más aquí. Nuestro Dios nos ha enseñado a muchos de nosotros, a confiar en Su nombre. A nosotros nos costó aprender la lección, y nada sino la Omnipotencia podría habernos vuelto dispuestos a caminar por fe, y no por la vista; pero con mucha paciencia el Señor nos ha conducido al fin a no tener confianza sino en Él, y ahora dependemos de Su fidelidad y de Su verdad. 

¿Es ese tu caso, hermano? Entonces, ¿qué pasa? ¿Piensas tú que Dios te ha dado esta fe para engañarte? ¿Crees tú que te ha enseñado a confiar en Su nombre, y te ha llevado tan lejos para ponerte en vergüenza? ¿Te ha dado confianza en una mentira Su Santo Espíritu? ¿Y ha obrado en ti fe de mentira? ¡Dios no lo quiera! Nuestro Dios no es un demonio que se deleitaría en la desdicha que una confianza infundada seguramente nos traería. Si tú tienes fe, Él te la dio, y el que te la dio conoce Su propio don, y lo cumplirá. Él no ha sido falso nunca, ni siquiera para la fe más débil, y si tu fe es grande, descubrirás que Él es más grande que tu fe, aun cuando tu fe esté en su máximo límite; por tanto, debes tener mucho ánimo. El hecho de que creas debe animarte a decir: "Ahora, oh Señor, he puesto mi confianza en Ti, y, ¿acaso podrías fallarme? Yo, un pobre gusano, no tengo ninguna confianza sino sólo en Tu amado nombre, y, ¿acaso me abandonarías? No tengo ningún refugio sino sólo en Tus heridas, oh Jesús, no tengo ninguna esperanza sino sólo en Tu sacrificio expiatorio, no tengo ninguna luz sino sólo Tu luz: ¿podrías Tú desecharme?"

No es posible que el Señor deseche a uno que confíe de esta manera en Él. ¿Podría alguna mujer olvidar a su bebé de pecho, como para no tener compasión del hijo de sus entrañas? ¿Puede alguien de nosotros olvidar a sus hijos cuando confían tiernamente en nosotros en los días de su debilidad? No, el Señor no es un monstruo: Él es tierno y lleno de compasión, fiel y veraz; y Jesús es un amigo que es más fiel que un hermano. El propio hecho de que nos ha dado fe en Su pacto debería ayudarnos a suplicar: "Mira al pacto".
III. Habiéndoles mostrado así, queridos amigos, el significado del argumento, y de dónde procede su fuerza, haré ahora una pausa por un minuto y comentaré CÓMO Y CUÁNDO PUEDE SER ARGUMENTADO ESE PACTO. 

Primero, puede ser argumentado bajo un sentido de pecado: cuando el alma siente su culpabilidad. Permítanme leerles las palabras de nuestro apóstol, en el capítulo octavo de los Hebreos, donde está hablando de este pacto en el versículo décimo: "Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades."
Ahora, querido lector, supón que tú estás bajo un sentido de pecado; algo ha revivido en ti un recuerdo de la culpa pasada, o podría ser que has tropezado tristemente en este preciso día, y Satanás susurra: "tú ciertamente serás destruido, pues has pecado." Acude ahora al grandioso Padre, y abre esta página, poniendo tu dedo en ese versículo doce, y di: "Señor, Tú has establecido un pacto conmigo, en Tu infinita, ilimitada e inconcebible misericordia, viendo que yo creo en el nombre de Jesús, y ahora te suplico que mires al pacto. Tú has dicho: Seré propicio a sus injusticias: oh Dios, ten misericordia de mí. Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades: Señor, nunca más recuerdes mis pecados: olvida para siempre mi iniquidad". Esa es la manera de usar el pacto. 

Pero supongan, amado hermano o hermana, que están esforzándose por dominar la corrupción interior, con un intenso deseo de que la santidad sea obrada en ustedes. Entonces, lean otra vez el pacto según lo encuentran en el capítulo treinta y uno de Jeremías. Se trata del mismo pacto, y sólo estamos leyendo otra versión del mismo. "Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón". Ahora, ustedes pueden argumentar eso y decir: "Señor, Tus mandamientos sobre piedra son santos, pero yo los olvido y los quebranto; pero, oh Dios mío, escríbelos en las tablas de carne de mi corazón. Ven ahora y hazme santo; transfórmame; escribe Tu voluntad en lo íntimo de mi alma, para cumplirla, y desde los cálidos impulsos de mi corazón, sírvete como quieres ser servido. Mira a Tu pacto y santifica a Tu siervo." 

O supongan que desean ser sostenidos bajo una fuerte tentación, para no retroceder y volver a los viejos caminos. Tomen el pacto según se encuentra en Jeremías, en el capítulo treinta y dos, en el versículo cuarenta. Fíjense en esos versículos y apréndanlos de memoria, pues podrían ser de una gran ayuda para ustedes alguno de estos días. Lean el versículo cuarenta del capítulo treinta y dos de Jeremías: "Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí." Ahora vayan y digan: "Oh Señor, casi estoy agotado, y me dicen que finalmente caeré, pero oh, mi Dios y Señor, allí está Tu palabra. Pon Tu temor en mi corazón y cumple Tu promesa que no me apartaré de Ti." Este es el camino seguro a la perseverancia final.
Así, podría llevarles a través de las diversas necesidades del pueblo de Dios, y mostrarles que al buscar que sean remediadas pueden clamar muy justamente: "Mira al pacto". Por ejemplo, supongan que se encuentran en gran turbación de mente y necesitaran consuelo; pueden acudir a Él con esa promesa del pacto: "Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo." Acudan a Él con eso y digan: "Señor, consuela a Tu siervo." O si nos acaeciese un problema, no en cuanto a nosotros, sino para la iglesia; cuán dulce es acudir al Señor y decir: "Tu pacto va en este sentido: 'Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.' Oh Señor, parecería que van a prevalecer. Interpón Tu fortaleza y salva a Tu iglesia." 

Si sucediese alguna vez que estén buscando la conversión de los impíos y deseando ver salvados a los pecadores, y el mundo pareciera muy oscuro, miren al texto nuevamente -el versículo completo-: "Mira al pacto, porque los lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia", a lo cual pueden agregar: "pero Tú has dicho que Tu gloria cubrirá la tierra, y que verá toda carne la salvación de Dios. Señor, mira a Tu pacto. Ayuda a nuestros misioneros, haz progresar a Tu Evangelio, ordena al poderoso ángel que vuele por en medio del cielo para que predique el Evangelio eterno a toda criatura. Vamos, es una gran oración misionera: "Mira al pacto." Amados, es una espada de dos filos, que debe ser usada en todas las condiciones de contienda, y es un bálsamo santo de Galaad, que podrá sanar en cualquier condición de sufrimiento. 
IV. Y ahora concluyo con esta última pregunta: ¿CUÁLES SON LAS INFERENCIAS PRÁCTICAS DE TODO ESTO? "Mira al pacto". Vamos, si le pedimos a Dios que mire al pacto, nosotros mismos hemos de mirarlo, y debemos hacerlo de esta manera:

Mirémoslo con agradecimiento. Bendigamos al Señor porque condescendió a entrar en un pacto con nosotros. ¿Qué podría ver en nosotros para darnos siquiera una promesa, y mucho más para hacer un pacto con nosotros? Bendito sea Su amado nombre, constituye el dulce tema de nuestros himnos en la tierra, y será el tema de nuestros cánticos en el cielo. 

A continuación, mirémoslo con fe. Si es el pacto de Dios, no lo deshonremos. Permanece firme. ¿Por qué vacilamos ante él por causa de la incredulidad? 
A continuación, mirémoslo con júbilo. Despertemos nuestras arpas y unámonos a David en alabanza: "No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo." Aquí hay lo suficiente para establecer un cielo en nuestros corazones mientras estemos todavía aquí abajo: el Señor ha entrado en un pacto de gracia y paz con nosotros, y Él nos bendecirá para siempre. 

Luego mirémoslo con celo. No permitan nunca que el pacto de obras sea mezclado con él. Odien esa predicación -no digo menos que eso- odien esa predicación que no discrimina entre el pacto de obras y el pacto de gracia, pues es predicación mortal y predicación condenatoria. Siempre tienen que tener una línea recta y clara aquí, entre lo que es del hombre y lo que es de Dios, pues maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo; y si ustedes han comenzado con el Espíritu bajo este pacto, no piensen en ser hechos perfectos en la carne bajo otro pacto. Sean santos bajo los preceptos del Padre celestial, pero no sean legales bajo el látigo del capataz. No regresen a la servidumbre de la ley, pues no están bajo la ley, sino bajo la gracia. 

Por último, mirémoslo en la práctica. Todos han de ver que el pacto de gracia, a la vez que es su apoyo, es también su deleite. Estén preparados para hablar de él a los demás. Estén listos a mostrar que el efecto de Su gracia en ustedes es digno de Dios, puesto que tiene un efecto purificador en su vida. El que posee esta esperanza se purifica, así como Él es puro. Tengan respeto por el pacto, caminando como lo hacen los que pueden decir que Dios es para ellos un Dios, y ellos son para Él un pueblo. El pacto dice: "De todos vuestros ídolos os limpiaré". Entonces no amen a los ídolos. El pacto dice: "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados." Entonces sean limpios, ustedes que están bajo el pacto, y que el Señor los preserve y haga que Su pacto sea su blasón en la tierra y su cántico por siempre en el cielo. Oh, que el Señor nos lleve a los vínculos de Su pacto, y nos dé una fe simple en Su amado Hijo, pues esa es la señal de los que están bajo el pacto. Amén y Amén. 



Momentos especiales. Marcos 9:3

Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra locos puede hacer tan blancos.” Marcos 9:3.

En la vida hay momentos especiales asociados a eventos significativos que hemos experimentado, que con frecuencia nos remiten a emociones o situaciones que por lo que representan, se han vuelto significativas en nuestra existencia.  Pedir la mano de la mujer amada, casarse, estar embarazada, tener un bebé, recibir una sonrisa, graduarse, bucear con un tiburón, aventarse de un paracaídas, o despedir a un ser amado pueden ser parte de una la lista de vivencias personales, que nos permiten recordar esos momentos.  Sin embargo habría que distinguir dentro de estos, aquellos que no sólo fueron especiales, sino que dejaron huella, por las dimensiones que alcanzan en la eternidad; por ejemplo la salvación de nuestro ser.

Este pasaje nos enseña que hay momentos especiales en la vida de los seguidores de Jesús cuando nos lleva a conocer experiencias especiales que dejan una huella imborrable en nuestra mente. Jesús llevó a Pedro, Jacobo y Juan, tres de sus discípulos “aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos” y en la cumbre del monte, los vestidos de Jesús “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” por si esto no fuera suficientemente especial, dos personajes bien conocidos en la historia del pueblo de Israel, Elias y Moisés aparecieron para hablar con Jesús.  Sin lugar a dudas, estamos ante la presencia de un momento especial.  ¿Qué caracteriza esa vivencia?

Tres de los evangelios dan detalles de la historia, Mateo dice que resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.  Lucas menciona que “la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” Marcos se fijó en sus vestidos que “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve”

¡Qué momento¡ La gloria de su naturaleza divina “aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” Pedro se refirió a la majestad de Jesús ella en su segunda carta “Porque, cuando les hicimos saber que nuestro Señor Jesucristo vendrá con todo su poder, no lo hicimos siguiendo fábulas artificiosas, sino como quienes han visto su majestad con sus propios ojos. Juan por su parte en su primera carta dice que “Dios es luz”

Cuando hemos pasado por una experiencia profunda es bueno dejar en la soledad y el silencio que la impresión recibida penetre y se grabe hondamente en nuestro interior. Las experiencias fuertes, buenas o malas, forjan el temple de nuestra alma y nos preparan para empresas mayores. Jesús tenía una estrategia de capacitación entre sus discípulos según el perfil que Cristo estaba formando. Querían que estos  tuvieran una revelación más profunda de lo quién era él y conocieran ciertas realidades con las que ni siquiera soñaban. Esa experiencia enriqueció su perspectiva de las cosas eternas. Su recuerdo quedo grabado en su corazón.

Como creyentes, también experimentamos alguna porción de la gloria de Dios, la Biblia dice en 2 a los Corintios que  todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta, como en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

¿Cómo contemplar su gloria? Haciendo lo que nos enseña el pasaje, apartarnos a solas con Jesús, en oración y devoción a él, sólo así seremos transformados a la imagen de Cristo, a toda su excelencia moral.

El cambio es operado por el Espíritu de Dios y sólo en la medida que busquemos su rostro en oración seremos transformados.

La gloria de Jesús vino de dentro de Él. No vino como una iluminación del cielo para ser reflejada como por ejemplo la luna refleja la luz del sol. Su gloria es de Él. El mundo no tiene nada que agregar a la gloria de nuestro Señor. Nada hay igual. No hay forma de medir su gloria, pues es una hermosura imposible de cuantificar. ¿Qué efecto debe tener sobre nosotros? Debe ponernos de rodillas para adorar y alabarle por su amor que trajo del cielo a la tierra para ser nuestro Salvador. Aunque fue muerto, resucitó y le agradecemos de todo corazón. En verdad Cristo es incomparable.

Los discípulos estaban contemplando la gloria, allí estuvo la experiencia espiritual, podemos decir que estaban percibiendo algo del gozo, la paz, la seguridad, el cumplimiento y la perfección del cielo. Por eso es que Pedro no quiere dejar de pisar un terreno santo quería extender la estadía de los huéspedes celestiales.
Una profunda experiencia con Dios siempre es una experiencia gloriosa, nada se puede comparar con la comunión con Cristo. La experiencia con Dios tiene que ajustarse a la palabra de Dios. Él no ira contra su palabra a efectos de dar crecimiento.


Nuestro interior necesita ser espiritualmente renovado, pero es renovado con un propósito, nos fortalece para salir a llevar un testimonio más fuerte.

Ramón Cervantes Parra

domingo, 15 de marzo de 2015

Discípulos de Jesús. Marcos 8:31-38

Hace unos días, nos enteramos a través de un video público en las redes sociales, que el Estado Islámico decapitó a 21 cristianos coptos egipcios secuestrados en Libia. El subtítulo de la cinta que dura cinco minutos señala lo siguiente: “La gente de la cruz, los seguidores de la hostil iglesia egipcia”. Frente a esta terrible realidad contemporánea, cabe la pena reflexionar y preguntarnos ¿Cuál es el costo del discipulado, cuál es el costo de seguir a Jesús?

Jesús dice en una de sus frases más conocidas: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.

La frase de muy pocas palabras describe con mucha precisión el significado de ser discípulo de Cristo. Jesús no nos está dando una lista de requisitos o una nueva fórmula para llegar a Dios,  más bien describe las cualidades que deben estar presentes en aquellos que decidan ser seguidores de él, implica sin lugar a dudas un tremendo desafió, que implica llevar un estilo de vida que requiere de cambios y ajustes radicales.

El Señor no nos ha llamado a unirnos a una religión, ya que la religión en sí misma no produce ningún cambio en la vida de las personas. Jesús nos llama a una relación con él que se vive todos los días, en todo lugar y en todo momento, y en el proceso de esa relación nuestra vida es transformada, pues la esencia de esta experiencia es el intercambio de vida. Esta fue la realidad que Jesús vivió con sus discípulos. Él deseaba enseñarles un nuevo estilo de vida, y para ello inicio un proceso de modificación de conducta y carácter que duró al menos tres años y medio, transferencia de vida, y no simples teorías religiosas, al estilo de los escribas y fariseos. Pero para poder iniciar este entrenamiento se requerían dos condiciones previas:

La negación es el primer paso para constituirse en discípulo. Podemos preguntarnos: ¿Por qué exige Cristo de nosotros este negarse a uno mismo? ¿Es porque Dios quiere ver que nos mortificamos, porque tiene placer en que crucifiquemos nuestra sensibilidad al goce, que él mismo nos ha dado? De ninguna manera. La verdadera respuesta hay que hallarla en el hecho de que Él nos ha hecho seres morales y racionales: nuestras facultades racionales están planeadas para controlar nuestras actividades voluntarias, y nuestra naturaleza moral para hacernos responsables del control de nosotros mismos que Dios requiere. Es un hecho que nuestros sentidos no están en armonía con nuestra conciencia, y que a veces piden indulgencia o placer cuando, tanto la razón como la conciencia, lo prohíben, Si nos entregamos al dominio del apetito y de los sentidos sin norma o criterio, sin duda vamos a perder el camino. Entramos en guerra. Los apetitos de la carne piden libertad, mientras que el espíritu que conócela  ley de Dios y la voz de nuestra razón, se oponen contra los sentidos, reclamando a que nos neguemos a nosotros mismos.

¿Qué pautas seguir, cuando ya la vana manera de vivir nos ha dañado? Lo primero es rendirnos incondicionalmente al Señor, y acatar su Palabra. Para ello debemos humillarnos, renunciando a nuestros propios deseos, para dar paso a los deseos del Señor. Sin una entrega previa y total de negación, es imposible forjar un carácter humilde, si no podemos ser humildes, jamás podremos negarnos a nosotros mismos.

Negarse uno mismo suena extraño en nuestra presente cultura, que tiene como objetivo asegurar, por todos los medios posibles, el bienestar propio. Aun las incomodidades más insignificantes, con frecuencia afectan adversamente nuestro humor, como si estuviéramos pasando por una intolerable tribulación. Arrastrados por la tendencia de considerarnos siempre víctimas, más bien creemos que es nuestro deber luchar para asegurar que se respeten y garanticen nuestros derechos.

No hace falta señalar que esta actitud es esencialmente contraria al llamado de Cristo, adoptar esta postura no es más que imitar el ejemplo del Hijo de Dios, “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo... y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte” (Fil 2.6, 7).

            Por medio de la entrega del “YO”, alcanzamos una actitud de pre-disposición a OBEDECER. Esta acción obedece a un encuentro con la cruz de Jesús, y con un evangelio que nos confronta con nuestro orgullo, para apelar al gobierno del Espíritu Santo por medio de su Palabra. Es por ello que el apóstol exclama:
“Con Cristo he sido juntamente crucificado;  y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.  Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.”  (Gálatas 2:20).
Notemos que debemos vivir en la carne “solo para agradar al Hijo de Dios”, y sobreponer nuestros deseos a sus deseos.

El fundamento necesario para ser un discípulo es también el obstáculo más grande para una vida comprometida con Cristo. Algunas personas quisieron seguir a Jesús y no pudieron (Luc 9:57-62) ¿Qué hay en común entre todos éstos? No cerraron el trato, no quisieron comprar.  Los evangelios proveen muchos ejemplos de personas que presentaron una diversidad de excusas para justificar que no podían seguir a Jesús incondicionalmente. Su respuesta, la cual sirve como reflejo de nuestras propios condicionamientos, nos ayuda a ver cuán fuerte es en nosotros el querer asegurar el beneficio sin estar dispuestos a ceder en nada en cuanto a nuestro presente estado.

La segunda condición que menciona Cristo en su «definición» del verdadero significado de discípulo es la disposición de tomar la cruz. En nuestro entorno la cruz es un inofensivo símbolo decorativo en algunos edificios o para un colgante o un par de aretes. La contradicción entre una condición y la otra fue la que llevó a Pedro a intentar disuadir al Señor. Los Doce, sin duda, deber haber experimentado consternación al escuchar que el llamado a ser discípulo constituía una invitación a cargar una cruz. Ninguno de los presentes tendría alguna duda acerca del significado de estas palabras, pues los romanos llevaban más de cincuenta años utilizando la crucifixión como un cruel instrumento para la ejecución de prisioneros y criminales. Sabían que los únicos que cargaban una cruz eran los reos sentenciados a muerte, mientras se dirigían al lugar determinado para su cruel ejecución.

¿Cómo se podía entender, entonces, que en medio de tanta aclamación popular se hable de un tema tan claramente asociado con el desprecio y la condenación? Es precisamente la contradicción entre una condición y la otra la que llevó a Pedro a intentar disuadir al Señor de transitar un camino de profundo sufrimiento. Jesús, sin embargo, estaba señalando a los discípulos que este destino no estaba solamente reservado para él, sino para todos aquellos que escogieran seguirle.


Pastor Ramón Cervantes Parra

Iglesia Bautista vida en Armonía

lunes, 2 de marzo de 2015

¿Quién soy yo? Marcos 8:27-30

 “¿Quién soy yo?” es una pregunta que casi todos los seres humanos de todos los tiempos,  llegamos a hacernos por lo menos alguna vez en la vida. Es por ello que sociólogos, psicólogos y filósofos, han realizado numerosas reflexiones y estudios que han dado como resultado variadas posiciones teóricas con diferentes argumentos y enfoques. Es evidente que estimamos como asunto importante conocer nuestra la identidad como personas. Alguien dijo: “Tú eres tres personas: Aquella que crees ser; aquella que otros piensan que eres; y aquella que eres realmente”. A ésta declaración podemos agregar, “Aquella que Dios sabe que eres”

El pasaje sobre el cual meditaremos inicia con una pregunta que trata un asunto de identidad, ¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Es acaso esta pregunta una interrogante de alguien que está desconcertado ante la incógnita de su propio yo? Por supuesto que no; Jesús sabía perfectamente quien era, lo que realmente sucede es que Jesús lleva a sus discípulos, a meditar sobre Su propia identidad. Ésta pregunta dejar ver, uno de los métodos didácticos que el Maestro utilizó para enseñar a sus discípulos: la reflexión personal.

El desarrollo de cualidades reflexivas personales es una estrategia de aprendizaje. El pensamiento reflexivo, “implica un estado de duda, de vacilación, de perplejidad,  en la que se origina el pensamiento, y la necesidad de indagar, de investigar para encontrar algún material que aclare la duda, que disipe la perplejidad (Dewey, 1989). En el momento en que empiezan a reflexionar, a través del recuerdo propio resumen las opiniones de las muchedumbres con las que se habían encontrado cotidianamente.

La respuesta de los discípulos: Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas, Mateo añade concretamente a Jeremías” muestra al menos dos realidades. Las multitudes tenían en alta estima a Jesús, pero había confusión en cuanto a Su identidad. Todos concordaban en que, Jesús era un gran hombre de Dios, pero a pesar de eso no podían arribar a un consenso acerca de su verdadera identidad. Ninguna de las respuestas sugiere que es un fanático religioso. Todos los personajes con quienes la gente lo asociaba eran figuras de un peso incalculable en la historia del pueblo de Israel, lo que revela la autoridad y el impacto de Jesús.
Para nosotros, que hemos estado nutridos del evangelio, la identidad de Jesús parece tan obvia y que nos resulta difícil entender por qué no lo captaban estas personas. No obstante, a menudo experimentamos la misma confusión. Todavía se escriben libros que se preguntan ¿Quién era ese hombre que cambio al mundo? El pasaje de hoy nos invita a reflexionar, nuestras respuestas y no ser apresurados en nuestros juicios, precisamente por lo poco confiables que son nuestras percepciones.
Frente a la respuesta de los discípulos, Jesús les pregunta por segunda vez, pero en un plano muy personal y comprometedor: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Hagamos una pausa y reflexionemos y tomemos conciencia del peso de esta pregunta. Dar respuesta acerca de la identidad de Jesús, conlleva un elemento de intimidad que dice  mucho acerca de nuestro corazón y del lugar que Jesús ocupa en nuestra vida. La pregunta invita a los discípulos y a nosotros también, a mirar a Cristo a los ojos y decirle quien es Él para nosotros. No creo que Jesús espere una respuesta teológica, una declaración despersonalizada, mucho menos las respuestas trilladas, carentes de sinceridad y de verdad.  La respuesta que demos revelará mucho acerca de la relación que tenemos con Él y el lugar que Jesús ocupa en nuestras vidas, por eso es una respuesta que no se puede dar con liviandad, mucho menos con ligereza.
¿De haber estado ahí, qué respuesta le hubiéramos dado a Jesús? ¿Usaríamos las mismas frases repetitivas acerca de Cristo? Sería una declaración íntima, honesta y comprometida que habla de algunas de las incongruencias de nuestra vida espiritual.
Frente a la pregunta de Jesús, Pedro el pescador de Galilea no dudó en responder por el grupo y confesar que su Maestro era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. No cabe duda, la revelación que recibió Pedro posee profundo significado espiritual, por eso las consecuencias de su relación con Dios, tiene resultados tan determinantes en su vida. Reflexionemos sobre esto y demos respuesta a nuestro maestro Jesús.


Pastor Ramón Cervantes Parra