lunes, 2 de marzo de 2015

¿Quién soy yo? Marcos 8:27-30

 “¿Quién soy yo?” es una pregunta que casi todos los seres humanos de todos los tiempos,  llegamos a hacernos por lo menos alguna vez en la vida. Es por ello que sociólogos, psicólogos y filósofos, han realizado numerosas reflexiones y estudios que han dado como resultado variadas posiciones teóricas con diferentes argumentos y enfoques. Es evidente que estimamos como asunto importante conocer nuestra la identidad como personas. Alguien dijo: “Tú eres tres personas: Aquella que crees ser; aquella que otros piensan que eres; y aquella que eres realmente”. A ésta declaración podemos agregar, “Aquella que Dios sabe que eres”

El pasaje sobre el cual meditaremos inicia con una pregunta que trata un asunto de identidad, ¿Quién dicen los hombres que soy yo? ¿Es acaso esta pregunta una interrogante de alguien que está desconcertado ante la incógnita de su propio yo? Por supuesto que no; Jesús sabía perfectamente quien era, lo que realmente sucede es que Jesús lleva a sus discípulos, a meditar sobre Su propia identidad. Ésta pregunta dejar ver, uno de los métodos didácticos que el Maestro utilizó para enseñar a sus discípulos: la reflexión personal.

El desarrollo de cualidades reflexivas personales es una estrategia de aprendizaje. El pensamiento reflexivo, “implica un estado de duda, de vacilación, de perplejidad,  en la que se origina el pensamiento, y la necesidad de indagar, de investigar para encontrar algún material que aclare la duda, que disipe la perplejidad (Dewey, 1989). En el momento en que empiezan a reflexionar, a través del recuerdo propio resumen las opiniones de las muchedumbres con las que se habían encontrado cotidianamente.

La respuesta de los discípulos: Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas, Mateo añade concretamente a Jeremías” muestra al menos dos realidades. Las multitudes tenían en alta estima a Jesús, pero había confusión en cuanto a Su identidad. Todos concordaban en que, Jesús era un gran hombre de Dios, pero a pesar de eso no podían arribar a un consenso acerca de su verdadera identidad. Ninguna de las respuestas sugiere que es un fanático religioso. Todos los personajes con quienes la gente lo asociaba eran figuras de un peso incalculable en la historia del pueblo de Israel, lo que revela la autoridad y el impacto de Jesús.
Para nosotros, que hemos estado nutridos del evangelio, la identidad de Jesús parece tan obvia y que nos resulta difícil entender por qué no lo captaban estas personas. No obstante, a menudo experimentamos la misma confusión. Todavía se escriben libros que se preguntan ¿Quién era ese hombre que cambio al mundo? El pasaje de hoy nos invita a reflexionar, nuestras respuestas y no ser apresurados en nuestros juicios, precisamente por lo poco confiables que son nuestras percepciones.
Frente a la respuesta de los discípulos, Jesús les pregunta por segunda vez, pero en un plano muy personal y comprometedor: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Hagamos una pausa y reflexionemos y tomemos conciencia del peso de esta pregunta. Dar respuesta acerca de la identidad de Jesús, conlleva un elemento de intimidad que dice  mucho acerca de nuestro corazón y del lugar que Jesús ocupa en nuestra vida. La pregunta invita a los discípulos y a nosotros también, a mirar a Cristo a los ojos y decirle quien es Él para nosotros. No creo que Jesús espere una respuesta teológica, una declaración despersonalizada, mucho menos las respuestas trilladas, carentes de sinceridad y de verdad.  La respuesta que demos revelará mucho acerca de la relación que tenemos con Él y el lugar que Jesús ocupa en nuestras vidas, por eso es una respuesta que no se puede dar con liviandad, mucho menos con ligereza.
¿De haber estado ahí, qué respuesta le hubiéramos dado a Jesús? ¿Usaríamos las mismas frases repetitivas acerca de Cristo? Sería una declaración íntima, honesta y comprometida que habla de algunas de las incongruencias de nuestra vida espiritual.
Frente a la pregunta de Jesús, Pedro el pescador de Galilea no dudó en responder por el grupo y confesar que su Maestro era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. No cabe duda, la revelación que recibió Pedro posee profundo significado espiritual, por eso las consecuencias de su relación con Dios, tiene resultados tan determinantes en su vida. Reflexionemos sobre esto y demos respuesta a nuestro maestro Jesús.


Pastor Ramón Cervantes Parra

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