Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la
nieve, tanto que ningún lavador en la tierra locos puede hacer tan blancos.”
Marcos 9:3.
En la vida hay momentos especiales asociados a eventos significativos
que hemos experimentado, que con frecuencia nos remiten a emociones o
situaciones que por lo que representan, se han vuelto significativas en nuestra
existencia. Pedir la mano de la mujer
amada, casarse, estar embarazada, tener un bebé, recibir una sonrisa, graduarse,
bucear con un tiburón, aventarse de un paracaídas, o despedir a un ser amado
pueden ser parte de una la lista de vivencias personales, que nos permiten
recordar esos momentos. Sin embargo habría
que distinguir dentro de estos, aquellos que no sólo fueron especiales, sino
que dejaron huella, por las dimensiones que alcanzan en la eternidad; por
ejemplo la salvación de nuestro ser.
Este pasaje nos enseña que hay momentos especiales en la vida de los
seguidores de Jesús cuando nos lleva a conocer experiencias especiales que
dejan una huella imborrable en nuestra mente. Jesús
llevó a Pedro, Jacobo y Juan, tres de sus discípulos “aparte solos a un monte
alto; y se transfiguró delante de ellos” y en la cumbre del monte, los vestidos
de Jesús “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que
ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” por si esto no fuera
suficientemente especial, dos personajes bien conocidos en la historia del
pueblo de Israel, Elias y Moisés aparecieron para hablar con Jesús. Sin lugar a dudas, estamos ante la presencia
de un momento especial. ¿Qué caracteriza esa vivencia?
Tres de los evangelios dan detalles de la historia, Mateo dice que
resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la
luz. Lucas menciona que “la apariencia
de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” Marcos se
fijó en sus vestidos que “se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la
nieve”
¡Qué momento¡ La gloria de su naturaleza divina “aquella gloria que tuve
contigo antes que el mundo fuese” Pedro se refirió a la majestad de
Jesús ella en su segunda carta “Porque, cuando les hicimos saber que nuestro
Señor Jesucristo vendrá con todo su poder, no lo hicimos siguiendo fábulas
artificiosas, sino como quienes han visto su majestad con sus propios ojos. Juan por su parte
en su primera carta dice que “Dios es luz”
Cuando hemos pasado por una experiencia profunda es bueno dejar en
la soledad y el silencio que la impresión recibida penetre y se grabe
hondamente en nuestro interior. Las experiencias fuertes, buenas o malas,
forjan el temple de nuestra alma y nos preparan para empresas mayores. Jesús
tenía una estrategia de capacitación entre sus discípulos
según el perfil que Cristo estaba formando. Querían que estos tuvieran una revelación más profunda de lo
quién era él y conocieran ciertas realidades con las que ni siquiera soñaban.
Esa experiencia enriqueció su perspectiva de las cosas eternas. Su recuerdo
quedo grabado en su corazón.
Como creyentes, también experimentamos alguna porción de la gloria de
Dios, la Biblia dice en 2 a los Corintios que todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta, como
en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como
por el Espíritu del Señor.
¿Cómo contemplar su gloria? Haciendo lo que nos enseña el pasaje,
apartarnos a solas con Jesús, en oración y devoción a él, sólo así seremos
transformados a la imagen de Cristo, a toda su excelencia moral.
El cambio es operado por el Espíritu de Dios y sólo en la medida que
busquemos su rostro en oración seremos transformados.
La gloria de Jesús vino de dentro de Él. No vino como una iluminación
del cielo para ser reflejada como por ejemplo la luna refleja la luz del sol.
Su gloria es de Él. El mundo no tiene nada que agregar a la gloria de nuestro
Señor. Nada hay igual. No hay forma de medir su gloria, pues es una hermosura
imposible de cuantificar. ¿Qué efecto debe tener sobre nosotros? Debe ponernos
de rodillas para adorar y alabarle por su amor que trajo del cielo a la tierra
para ser nuestro Salvador. Aunque fue muerto, resucitó y le agradecemos de todo
corazón. En verdad Cristo es incomparable.
Los discípulos estaban contemplando la gloria, allí estuvo la
experiencia espiritual, podemos decir que estaban percibiendo algo del gozo, la
paz, la seguridad, el cumplimiento y la perfección del cielo. Por eso es que Pedro
no quiere dejar de pisar un terreno santo quería extender la estadía de los
huéspedes celestiales.
Una profunda experiencia con Dios siempre es una experiencia gloriosa,
nada se puede comparar con la comunión con Cristo. La experiencia con Dios
tiene que ajustarse a la palabra de Dios. Él no ira contra su palabra a efectos
de dar crecimiento.
Nuestro interior necesita ser espiritualmente renovado, pero es renovado
con un propósito, nos fortalece para salir a llevar un testimonio más fuerte.
Ramón Cervantes Parra
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